Por: Hugo C.
Craig Ferguson alguna vez trajo a colación las tres preguntas que uno debiera hacerse antes de abrir la boca, o, en este caso, antes de compartir un texto:
- ¿Hace falta que se diga esto?
- ¿Hace falta que lo diga yo?
- ¿Hace falta que lo diga ahora?
Como falta, falta, pues no, no se trata de la cura para el cáncer o la solución al hambre mundial, pero supongo que estaría bueno hablar un poco de este tema. Alguien tiene que echar a rodar la bola y bien puedo ser yo, y además ahora es un momento tan bueno como cualquiera, así que sí, amiguitos, el tema de hoy es la experiencia de leer cómics en formato digital. Escribo esto desde mi experiencia personal, para comentar algunas cosas que tal vez a alguien le sean de utilidad. No es una reseña, no es un tutorial, apenas sí es un comentario. Y es un poco más largo de lo habitual, de hecho tiene una extensión que quintuplica la del promedio de mis reseñas. Por eso hay muchas imágenes –la mitad de las cuales, a ser sincero, poco tienen que ver con el tema, pero van igual– e incluso alguna que otra captura de pantalla, como para que la cosa sea más amena y no se me suiciden en masa. Este texto consta de dos partes; la primera es un recorrido por los callejones de la memoria para poner en antecedentes a quienes recién están saliendo del cascarón acerca de cómo eran las cosas hasta hace unos años, para que puedan tener una idea de por qué los que tenemos más de 40 posiblemente disfrutemos de estas lecturas digitales un poco más que los millenials, y sin solución de continuidad pasamos a un par de comentarios personales sobre mi manera de manejarme como lector o coleccionista de cómics que tal vez le sirvan como referencia a quien no esté muy ducho o enterado de cómo se las puede rebuscar uno para mantener una colección de cómics digitales en su computadora hogareña sin tener que anotarse en un curso de las Academias Pitman.
Por lo tanto, gente, se están llevando no uno sino dos textos por el precio de uno, como para distraerse por un rato en este fin de año pandémico que nos tiene encerrados bajo cuatro llaves pero al menos nos proporciona una excusa para evitar a ese tío que todos los años se emborracha y termina vomitándonos encima. Es muy posible que haya quien haga estas cosas mejor que yo, pero bueno, llevo ya casi tres lustros leyendo en digital y trasteando con archivos y demás, lo que es bastante tiempo como para tener aunque más no sea una mínima idea de cómo son las cosas. Por lo pronto, ya encuentro el botón de encendido sin ayuda.
Con el tiempo he ido pasando del Windows 98 al XP, del XP al 7 y del 7 al 10, los escaneos –propios y ajenos– han ido mejorando en resolución y surtido, las páginas y foros de la peña han ido, venido y cumplido sus ciclos vitales, pero lo que no ha cambiado ha sido, a mi modo de ver, la (grandiosa) experiencia de leer un cómic en digital. Otro día si quieren discutimos sobre propiedad intelectual y temas afines, pero lo que es cierto es que hoy uno dispone de una oferta cultural con la que sólo podía soñar hace unas décadas.
A ver, ¿cómo comienzo para ir poniéndonos en tema? Cuando yo era adolescente –y la Tierra aún no terminaba de enfriarse–, si eras pobre y no tenías para pagar el cable o alquilar los VHS, sólo tenías acceso a tus películas favoritas a través de la TV abierta, lo que significaba verlas con varios años de retraso desde su estreno, doblada y mutilada para hacer lugar a las pautas publicitarias y meterla con calzador en la programación. Y en muchos casos, en blanco y negro. Sí, niños, hubo un tiempo en el que no había televisión a color ni telefonía celular ni Internet ni DVDs y lo más parecido a una computadora que teníamos en casa era una máquina de escribir portátil con la cinta reseca y tres teclas torcidas. Aun teniendo dinero y acceso a la última tecnología, no siempre podías ver o alquilar tu película: o bien no estaba en la grilla del cable, o no la habían editado aún en video, o ya se había descatalogado. Hoy alguien te recomienda una película y al rato ya la estás viendo, ya sea por TV o en la computadora (o en la tablet o el celular), sin cortes, en el idioma original, y con subtítulos en español o italiano o swahili. Eso es algo que los que tenemos más de 40 seguramente valoramos más que quienes ya han nacido en esta era de la Internet que pone sus contenidos (música, películas, series de TV, aplicaciones, libros, cómics y por supuesto imágenes de señoritas orientales con poca ropa) al alcance de cualquiera, uno incluido.
Con los cómics sucede algo similar. Hoy en día sólo unos pocos clics te separan de ese estupendo anuario de Mortadelo que alguien se tomó la molestia de escanear, pero en mi infancia –en la Argentina de los años 70–, las comiquerías no existían como tales y los cómics no eran fáciles de conseguir. Mafalda convivía en los kioscos de diarios y revistas con Kiling, los libritos de Corín Tellado y las fotonovelas de Nocturno. Los importados llegaban discontinuadamente, eran caros y en su mayoría no muy buenos. Algunas (escasas) ediciones españolas de Vértice –La Masa, Los 4 Fantásticos, El Hombre de Hierro, entre otros, con tapa color, interior blanco y negro y una historia macabra en las últimas páginas–, algunas mexicanas de Novaro: Supermán (con acento en la última vocal), Batman, Susy: secretos del corazón, Los Campeones de la Justicia, Domingos alegres y poco más. En cuanto a BD, sólo los álbumes de Tintin, Asterix y Lucky Luke, aunque Billiken supo publicar en sus páginas algunas historietas de la escuela franco-belga como Michel Vaillant, Spirou et Fantasio o Boule et Bill. Lo nacional y popular consistía en los mamotretos de Columba (El Tony, D'Artagnan, Fantasía, Intervalo) –todos ellos caracterizadas por un exceso de texto y mucho color pero mal aplicado–, y en menor medida las varias publicaciones de Record como Skorpio, Tit-Bits y Pif-Paf. Además existían otros productos con diversos grados de masividad como Patoruzú, Lúpin, Piturro, Las travesías de Fitito o Don Nicola. Desde Chile llegaba la Condorito. En los rebusques de usados se conseguían algunas Hora Cero o Rico Tipo y a veces llegaba algún que otro número de Hortensia, una excelente revista de humor cordobés.
Conforme se iba terminando el siglo habría más propuestas –por mencionar algunas, la revista Humor de Ediciones de la Urraca, la versión argentina de Mad editada por Magendra, la segunda época de Satiricón, los tomos de Zinco y Norma y Toutain que llegaban desde España, revistas nacionales como la Fierro, Cóctel o Puertitas, Cazador o las ediciones locales de cómics de la DC– pero así y todo, difícilmente hubiera podido decirse que todo estaba al alcance de todos como lo está hoy en día. ¿Querés leer el Action Comics No. 1, o el número más reciente de tu cómic favorito? No hay problema. ¿Lo querés traducido al guaraní? Pero sí, cómo no, faltaba más.
Así es entonces que para muchos de nosotros hoy esta bonanza digital es Navidad, Reyes y el ratón Pérez, todo a la vez y todos los días. Pero leer cómics en una pantalla no es como leer en papel y puede amedrentar a algunos, así que bueno, lo que quiero compartir hoy –luego de la larga parrafada nostálgica– es mi experiencia con el cómic digital, de un lector a otro. No tanto el decir que está bueno (que lo está), o qué cómics me gustan o me repugnan, sino cómo es que encaro o, si lo prefieren, cómo gestiono mis lecturas, cómo las catalogo, edito, ordeno y resguardo, por si le sirve a alguno como punto de partida o para mejorar su propia experiencia. Por supuesto que lo que cuento es subjetivo y arbitrario, y de ningún modo normativo, y estaría bueno que quien haga las cosas de manera distinta cuele su comentario más abajo así vamos viendo.
Leer en digital impone un acostumbramiento y tiene su curva de aprendizaje por la que hemos pasado todos. Los cómics, hasta hace relativamente poco tiempo, sólo estaban disponibles en papel, por lo general en dos formatos: o bien teníamos los cuadernillos engrapados o los álbumes más gruesos en rústica o cartoné. Ya estamos acostumbrados desde siempre a leer en papel, casi lo llevamos ya en el ADN luego de tantas generaciones, así que es lo más natural. Por otra parte, los cómics en formato digital son básicamente archivos de imagen, a razón de uno por página, compilados y comprimidos. El formato más utilizado para leer cómics digitales suele ser el CBR (o CBZ, dependiendo de si el archivo comprimido original es un RAR o un ZIP), aunque también hay quien usa otros formatos como el PDF o incluso EPUB o MOBI.
En mi caso, el 99 por ciento de mis cómics están en CBR o CBZ y el resto en PDF. Los leo en mi notebook, una vieja HP 4425s con 4 Gb de RAM y un rígido de 320 Gb con un Windows 10 de 2015 (versión 1511). Seguramente hay mejores y más nuevas pero la compusita aún se la banca y para lo mío basta y sobra. (Y aclaro acá que este comentario se limita a mi experiencia con la PC. También leo y he leído en celular y en tablet, pero si me pongo a hablar de eso esto va a terminar siendo tan largo como el Ulysses de Joyce) [ya Negativo habló alguna vez sobre Aplicaciones para leer comics en Sistema Android y Undertaker sobre las Mejores Aplicaciones para leer cómics en iPad a Abril del 2015].
Para leer uso el YACReader, que descubrí en el blog de Arsenio. Hasta hace poco usaba el CDisplay, que es un programa sencillo y robusto, pero al que últimamente le estaba costando leer archivos comprimidos con versiones más recientes del WinRAR, problema que no tengo en absoluto con el YACReader.
Sin embargo, hete aquí que el YACReader te instala dos programas: el lector de cómics y la biblioteca. Esta última es exactamente eso, un programa que te permite catalogar y ver las miniaturas de los cómics. Peeeeeero... la biblioteca te consume mucho espacio con las benditas miniaturas. En todo caso, depende del tamaño de tu colección. Si es pequeña, tal vez no sea demasiado, pero si tenés más de 200 Gb, los números comienzan a doler, más cuando uno anda corto de espacio. Afortunadamente se puede usar el lector sin usar la biblioteca, así que eso es lo que hago.
Para mantener en orden mi colección me basta con las carpetitas de Windows (aunque les personalizo los iconos para mayor comodidad) y un programita que se llama CBX Shell que permite que veas las tapitas de las revistas (o la primera imagen del archivo en cuestión) en el explorador de la PC. Separo en carpetas y subcarpetas, según se trate de cómic USA o BD o sketchbooks o libros de dibujo, Marvel, DC, independientes, etcétera, hay cómics que tienen más de un volumen, como Astro City o Detective Comics, así que hay una carpetita que dice "Astro City vol. 1 (1995)" que contiene sus respectivas revistitas. Eso también da para un tratado escrito por un experto en bibliotecología.
Y luego está la cuestión de qué es lo que uno va a guardar en las carpetas. Si, por ejemplo, tengo la edición original de The Killing Joke, ¿hace falta que además tenga la edición de lujo, o incluso la del vigésimo tercer aniversario, que viene con una un reportaje de dos párrafos a Brian Bolland? A lo mejor no. Si tengo que elegir entre las revistitas o el TPB, suelo quedarme con las revistitas. Y así uno va seleccionando y armando su colección según sus gustos y necesidades. ¿Idioma original, traducción oficial o tradumaquetado? En general, si está disponible la edición en idioma original, elijo ésa, si no, la traducción oficial, y si no, un tradumaquetado. Aun así, si el original está en alemán, japonés, ruso o tolteca, posiblemente me decante por la mejor traducción disponible.
También está bueno tener en cuenta el tamaño de los archivos. Por lo general, lo primero que hago si quiero que pesen menos es abrirlos con el WinRAR (o WinZip o 7-Zip), extraer todo a una carpeta y eliminar las publicidades, dibujitos de los lectores, previews de otros cómics y etcétera, especialmente en el caso de los cómics que son "c2c", es decir, cover to cover, conteniendo el escaneo completo de tapa a tapa. (También conviene hacer esta operación para deshacerse de los archivos de texto o similares que vienen con algunos cómics, especialmente si son escaneos más bien viejos.) Si no me basta con eso, puedo reprocesar las imágenes con el RIOT [de este programa hablamos acá], pero ahí ya tengo que ir viendo qué tanta calidad o tamaño quiero reducir e ir viendo si me convence el resultado o no. A veces hay que contar con tiempo y paciencia para aplicar sintonía fina hasta llegar a lo que uno quiere.
¿Por qué tener cómics en el rígido, si todo se puede bajar desde Internet? Y, es que no siempre se pueden conseguir todas las cosas todo el tiempo. Los torrentes se secan, las páginas cierran, las cuentas se dan de baja. Como en todo, dependerá del interés de cada uno y en todo caso, será cuestión de guardar sólo lo que realmente a uno le interesa e ir borrando periódicamente lo que sólo sirve para ocupar espacio. En mi caso, con 320 Gb de rígido no puedo hacer mucho, así que guardo mis cómics (y algunos libros y una decena de aplicaciones) en un disco portable de 1 Tb, un Western Digital Elements que cuenta con una copia de resguardo en otro disco idéntico. Y acá tengo que enfatizar: siempre, siempre, SIEMPRE hay que tener una copia de resguardo. De lo contrario, si te falla el disco, adiós colección, así que más vale prevenir que lamentar. Lo digo por amarga experiencia. También es una buena idea conservar un listadito de los cómics más esenciales por si necesitamos reponerlos.
¿Y los cómics en papel? Tengo un puñadito, muy pocos, tan pocos que me sobran los dedos de una mano para contarlos. Lo digital resulta más descansado para la vista, apenas ocupa lugar físico, es más fácil de clasificar, no está expuesto al deterioro como el papel, puedo compartirlo con otros sin perjuicio para mí –se acabó eso de prestar una revistita y que no te la devuelvan– y además hago mi parte para cuidar a los arbolitos del planeta. En fin, eso es todo por ahora, ya sé que está escrito a trancas y a barrancas, pero quise compartir mi experiencia como lector de cómics en formato digital. Seguramente cada maestrito tiene su librito, así que si alguien quiere compartir sus pensamientos, recuerdos u objeciones lo espero en los comentarios.