Editorial: Toutain
Año: 1987
Guion y dibujo: Miguelanxo Prado
Grado: A
Reseña: Hugo C
Entre las varias neurosis que sin duda comparto con otros, hay una que me lleva a preguntarme cómo siguen o continúan partes del relato que no son necesariamente el foco de la historia. Vaya un ejemplo: digamos que veo una película en la que hay un par de policías esperando en su auto a que aparezca un narcotraficante para arrestarlo. Uno de ellos toma café, el otro da cuenta de un bocadillo de jamón y queso. Aparece el criminal, los policías salen del auto, hay un tiroteo o se dan de bofetadas o lo que sea. El narcotraficante es arrestado, o huye, o se suicida. No importa.
Lo que no se va de mi cabeza es el bocadillo de jamón y queso. ¿Qué pasó con él? ¿Lo pudo terminar? ¿Lo tiró por la ventanilla? ¿Se lo comieron los pajaritos? Ojo, que si quedó sobre el asiento el tipo puede terminar sentándose sobre él y arruinarse los pantalones. ¿Habrán quedado miguitas en el asiento? Etcétera. Un ejemplo menos extremo tal vez sería preguntarse dónde fue a parar la motito de la protagonista en Bumblebee (2018). ¿La dejó tirada en el camino? ¿La puso en el maletero? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? No digan nada, ya sé que estoy mal.
Lo mismo me sucede con algunos personajes secundarios. ¿Qué será de la vida del camarero que se asomó para decir "la mesa está servida"? Porque al final, cuando estalla la bomba atómica, no se muestra si el tipo salió ileso o no. Veo Casino Royale (2006) y me pongo contento de que Bond le haya dado una estupenda propina al croupier. ¿Y qué habrá sido de la vida del tipo al que Sean Connery le arrebató la camioneta en The Rock (1996)? Ojalá el seguro le haya cubierto todo.
Por eso mismo odio cuando un cómic deja cosas a medio hacer o se desentiende de un personaje o línea argumental sin más. Afortunadamente no es el caso de Stratos, un álbum recopilatorio que no deja cabos sueltos. Lo que a primera vista se presenta como una colección de relatos ambientados en un futuro distópico –no muy distinto a nuestra actualidad– en el que la inmensa mayoría de la población vive en la miseria mientras que un porcentaje ínfimo se las ingenia para mantenerse a flote a costa del sufrimiento ajeno, con el transcurrir de las páginas termina por integrarse en una historia coherente y con un cast of characters más que interesante.
Sin embargo, no voy a decir quién es quién, porque para eso tendría inevitablemente que llenar la reseña de spoilers, y no vale la pena. Baste decir que hay al menos media docena de personajes que en algún momento uno puede calificar de "principales", pero tal vez lo sean todos y ninguno. El protagonismo en Stratos es una especie de puerta giratoria, como en algunas películas de Robert Altman.
El tema que persiste en la historia es: ¿hasta dónde sería uno capaz de llegar para aumentar tus probabilidades de sobrevivivir? En un mundo en el que los blandos son triturados sin misericordia por el peor capitalismo salvaje, ¿estás dispuesto a traicionar a tus amigos, a matar o mutilar, a vender tu cuerpo, a ser obsecuente o a dejar de lado tus ya escasos ideales? En algunos tramos de la historia (o historias) la pregunta se transmuta: si no para sobrevivir, ¿hasta dónde llegarías para mejorar tu comodidad, tu nivel de vida? ¿Lo harías por amor? Caveat: la respuesta no es la misma en todos los casos ni para todos los personajes. La reacción del lector tampoco lo es.
Como decía al principio, Stratos no deja cabos sueltos, al menos en cuanto a sus personajes principales, todos muy bien delineados, con virtudes y bajezas a veces inesperadas. Y todos tienen su cuarto de hora, y van y vienen: el tipito que protagoniza la primera historia reaparece más adelante, y quien la va de comparsa en una historia pasa a ser el foco de la siguiente. Hay sólo un personaje cuyo destino no se explicita pero que es fácil de deducir teniendo en cuenta el clima social al final del volumen.
Y digo "volumen" y me suena a demasiada palabra, demasiado solemne para este tomito de 64 páginas que se lee de una sentada, no en escasa medida gracias al talento gráfico de Prado, quien en esta obra trabaja un estilo semicaricaturesco en blanco y negro que resuelve todo sin tramas mecánicas ni aguadas, a puro trazo de plumín, que te deja con ganas de más, especialmente en esta era de dibujitos sin papel y dibujantes por ordenador que son uno y el mismo.
Stratos es una obra sin desperdicio ni tiempos muertos, una maquinita del absurdo aceitada con mucha mala leche y humor negro que sin embargo, se las arregla para colarte una historia de amor, que, si uno presta atención, se ve venir de lejos –desde un comentario casual en una historia– y eventualmente florece ya cerca del final del tomo.
Éste es un álbum que fue hijo de su tiempo, hijo de una época agobiante en la que bajo cada baldosa uno se encontraba con una historia situada en un futuro distópico, como Hombre de Ortiz y Segura, The Long Tomorrow de Moebius, Ficcionario de Altuna y tantas otras. Aún así, Stratos se destaca por sobre el resto gracias a su relato eficaz y ágil y a su estilo gráfico que escapa a las convenciones de la línea clara o del cómic europeo y busca su propia identidad. Por eso mismo, a 35 años de su publicación original, se sigue dejando leer como el primer día.
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