Título original: The Boatniks
Año: 1970
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Norman Tokar
Guión: Arthur Julian (basado en un relato de Marty Roth)
Con: Robert Morse, Stefanie Powers, Phil Silvers, Norman Fell, Don Ameche
Grado: B-
Reseña: Hugo C
La primera vez que papá y mamá me llevaron al cine aún no había cumplido cuatro años, así que seguramente fui más una molestia que un espectador. Sin embargo, aún la recuerdo: era una película de Disney, pero no de dibujitos, una comedia ATP (apta para todo público) llamada Marineros sin brújula (1970). Como ya habrán adivinado, su título original era The Boatniks, un juego de palabras basado en los beatniks, esa gente tan simpática que por aquel entonces se oponía a la guerra de Vietnam, marchaba a favor del amor libre y se bañaba una vez por década, lo que por aquí conocemos como los jipis. No hay muchos jipis en esta película, sino más bien gente con peinados de la época de Eisenhower y un guión acorde. El protagonista no es un jipi, en todo caso es un idiota –pero limpito, como decía Carlitos Balá.
Antes de seguir adelante, tengo que decir que la película me gustó. Obviamente no hubiese podido hacer el análisis de la película basándome en algo que vi hace ya más de medio siglo –aunque sí puedo decir que en algún entresijo de mi cerebrito infantil quedó grabada la belleza de Stefanie Powers y alguna que otra escena de slapstick, especialmente aquella en la que el pobre Robert Morse se cae al agua–, pero hete aquí que hace unos días di con ella inesperadamente y gracias a los servicios del tío Torrente, siempre tan servicial, la he vuelto a ver.
Ya sabemos cómo suelen ser estas cosas: uno ve una película, lee un libro o escucha una melodía y la experiencia queda unida a algún evento de la vida real, bueno o malo, que tiñe la lectura o lo que sea con el aura de ese evento. La melodía te recuerda a una ex pareja, la película te trae nostalgia porque la viste con un amigo o pariente que ya no está, el libro te lo había regalado tu abuelo, etcétera. En mi caso, el recuerdo de mi primera excursión al cine Los Ángeles –una sala especializada en películas de Walt Disney– es un recuerdo feliz, ya que fui con papá y con mamá. (A veces iba con uno o con otro, pero ir con los dos a la vez era una rara experiencia que pocas veces se repetiría ya que los perdí pocos años más tarde.)
Hay que recordar también que por aquel entonces la TV aún era en blanco y negro, así que si uno veía una película en casa, la vería en lo que hoy llamamos "escala de grises" y con sonido monoaural. En cambio, las películas que uno veía en una sala cinematográfica eran a color y con sonido estereofónico, con lo que también era posible que a veces uno les asignara una calidad mejor que la que realmente tenían.
Así que creo que podemos convenir en que cuando hace unos días me senté a ver de nuevo The Boatniks las condiciones estaban dadas para una desilusión a lo grande: "Seguramente la película es una bazofia, pero como la vi junto a mis padres la recuerdo mejor de lo que era." Y no, nada que ver, terminó siendo todo lo contrario, ya que hoy puedo apreciar matices y sutilezas y humoradas y detalles culturales que no podía pescar a mis 4 años, ni aunque yo hubiese sido Pitagorín, el sabio infantil. (¿Sabrán los millennials españoles quién era Pitagorín?)
La película gira sobre dos ejes principales: por un lado tenemos a un joven oficial de la Guardia Costera, por el otro a un trío de ladrones de joyas que intentan escapar a México con sus ganancias mal habidas. El oficial llega para tomar su primer mando, pero la cosa lo supera ampliamente. El tipo es más torpe que Gilligan y es así que una de las primeras cosas que hace es volcarle un tarro de pintura a la pobre Stefanie Powers. Lo segundo es tropezar y caer al agua en frente de su jefe.
El resto de la película consiste, al menos por ese lado de la ecuación, en Robert Morse tratando de ligarse a Stefanie Powers de la misma manera que Ken Berry trata de ligarse a Stefanie Powers en Herbie Rides Again (1974), otra película de Disney que estuve revisitando en estos días. (Ya sé, no me privo de nada.) El problema es que el fuerte de Robert Morse no es la comedia –menos aún la comedia romántica–, y se nota su incomodidad en el papel. Pero afortunadamente, como ya he dicho, la película gira sobre dos ejes, y es este segundo eje el que la sostiene.
El gran acierto de esta película es el casting de Phil Silvers como Harry, el alucinado jefe de la banda de ladrones, y de Norman Fell y Mickey Shaughnessy como Max y Charlie, sus ineptos cómplices. Silvers es uno de los pocos verdaderos capocómicos que supo tener la TV estadounidense en los años 50, y aunque aquí ya no está en su apogeo, se carga al hombro gran parte de la película. Fell y Shaughnessy son actores todo terreno y en este caso sirven de envoltorio al talento de Silvers, que los va involucrando en planes cada vez más ridículos y complicados para poder huir del país con las joyas sin que la policía les eche el guante.
Así que… eso. Un tipo que se quiere levantar a una tipa y tres que se quieren escapar con unas joyas. Cero sexo, cero violencia, no muere nadie. Por el lado positivo, no hay números musicales como en otras películas del estudio Disney, no hay críos molestos ni mascotas adorables ni autos que se manejen solos. ¿Conté que también estuve viendo Herbie Fully Loaded (2005)? Pues sí. Volviendo a la película de hoy, diremos que el final es previsible, ya que al fin y al cabo es un producto de la factoría Disney pero, ¿a quién le importa? The Boatniks es una película honesta, cuadrada y simplona, para compartir en familia.